RINCONES MALDITOS

 

 

Me detengo en medio de la esquina. Es una noche fría y me hecho el cuello de la chaqueta hacia arriba. La gente corre en busca de la seguridad de sus casas. Yo ya me siento seguro en este lugar. Sonrió. Camino con paso irreverente, observo las calles húmedas por las ultimas lluvias y me pregunto si lloverá pronto. Aspiro fuerte, me gusta el aire frio entrando a mis pulmones, miro a todos lados, buscando algo que me llame la atención. Como siguiendo una corazonada detengo mi mirada en un bar en la esquina. Se llama " el chiquitito". Un hombre de aspecto de clérigo, bajo, gordo, casi calvo me recibe con una sonrisa. En la barra los borrachos de siempre, cuatro mesas a medio llenar aparecen a vuelo de pájaro, luz tenue y un olor a licor barato, humedad y soledad. Me siento en un rincón. Una televisión encendida transmite desde lo alto del local una película de trasnoche. Absorbo las miradas de algunos curiosos, de esos que luego de beber llegan a casa solo por la costumbre de una vida miserable y sin expectativas mas grandes que este maldito rincón del mundo. Yo debo parecerles un extraño, tan joven, tan decidido y sin embargo tan miserable. Yo se bien lo que es esa mirada, de tantos sitios como estos que he recorrido en estos últimos años. No como ellos, sin embargo, aunque para alguien que mira desde adentro por primera vez no vale excusa alguna. El tipo con aspecto clérigo me atiende, le pido lo de siempre, una cerveza nacional, algo termino medio como para no llamar mas la atención. Pronto todos se vuelven hacia el televi­sor y parecen asimilar que ya estoy aquí dentro y que ya no soy ningún desconocido. Eso por experiencia también lo se. Mientras tomo mi cerveza detengo mi mirada en la barra. Aquellos rostros destrozados por la vida me inspiran firmeza y no tristeza. Aunque no acostumbraba a hacerlo, de tanto visitar lugares iguales uno se da cuenta que la gente se parece. En silencio escribo mi tesis sobre hombres de barras malditas, chorreadas en vino barato, recuerdos añejos de asesinatos pasio­nales y un mal sueño en prisiones sin rejas, esas que se forman en el lugar mas oscuro de la conciencia. En ese punto me asusto siempre, por que recuerdo mi prisión sin rejas. El motivo no es exacto, pero creo que es por ahí donde comenzó mi afición por visitar estos lugares sin ley, ni dios, con una historia propia. Una historia que a ningún arqueólogo del futuro le interesaría documentar. Por eso es que busco sitios como " el chiquitito", por que es en estos lugares donde encuentro la esencia humana, antes de que se vaya por una rendija hacia las cloacas del Infierno. La cerveza esta fría. El aire se llena de humo de cigarro barato y un hombre comienza a cantar. Otro lo seguirá, como es costumbre y tal vez un tercero que ya olvido la letra tan solo la tararee. La gente que viene a estos lugares suele venir con dinero para invitar unas copas a algún desconocido de la barra, de esos que están en todas las barras de estos lugares misera­bles, que viven de la miseria que los otros derrochan en forma de una copa de vino, de una cerveza nacional o de un combinado de muy bajo grado alcohólico. Probablemente haya sido así siempre, probablemente siempre cantan en estos sitios, apoyándose en la barra y probablemente sean los momentos mas felices de sus ahora miserables vidas, momentos que les hacen olvidar por un rato que allá afuera hace frio, que es invierno y sus zapatos ya no dan mas de la humedad de las calles. Probablemente haya muchos que hayan elegido morir en un lugar como este, o a la salida, durante el camino de regreso a casa, con una sonrisa en los labios y un silbido en el aire, de una canción vieja de la cual ya no recuer­dan la letra pero que si aprendieron a tararear .Simplemente me acabo la cerveza y le sonrío al hombre sin piernas que me mira desde un rincón del bar, que sonríe mostrando los tres unicos dientes que le quedan .A su lado su yunta, el que empuja el carrito que le sirve de piernas y que seguramente por hoy invitará las copas. Es en este momento en el que a uno le dan ganas de pedir la otra y solo bastará un leve movimiento de mi diestra para que el tipo con aire clérigo me la traiga. Hombres entrenados al ojo del cliente, capaces de conversar con los miembros del club de la barra sin descuidar las seis mesas que mantiene en todo el lugar, que saben que después de la segunda ronda ya no se puede escapar. Eso también lo se, por que en mas de una ocasión hice muestra de mi ego, pensando que incluso después de una tercera y una cuarta aún se podía ser libre. Sin embargo no conté con el hecho de que existe un hechizo mágico que  impregna el ambiente a esas alturas, el que simplemente impide que te muevas de tu asiento, que te invita a sonreír y buscar conversación con otros extraños del lugar. Así que es comprensi­ble que ahora me ponga de pié y me vaya, mas por experiencia que por otra cosa. Además a esta hora ya se acaba la música. Habrá alguno que la haya detenido ya que si en algo se parece este rincón del infierno con el mundo exterior es en que la gente que viene acá, al igual que la que esta afuera también es intoleran­te. Lo mas probable entonces es que el resto se transforme en una pelea, en la que el hombre sin piernas y su yunta obviamente no participaran.

 

Salgo del Chiquitito y me detengo en medio de la esquina. Es una noche fría y me hecho el cuello de la chaqueta hacia arriba. La gente corre en busca de la seguridad de sus casas. Yo ya me siento seguro en este lugar. Sonrío.